La tierra y cada ser tiene vida, cosa que se asocia a la perfección con colores, con olores, con sonidos. Y una vez que se pierden las ganas de distinguir entre el blanco y el negro a los demás sentidos se les va restando importancia hasta desaparecer en un desierto tan frió que hierve la sangre al rojo vivo dentro de tu propio ser. El resplandor de la magia que se esconde hasta detrás de las cortinas no es mas que polvo sin importancia que en algún momento dejara de querer volar para hacerse notar. Cada paso que das deja rastros de escombros cuyo cimiento tuvo lugar antes de que tu conciencia decidiera abandonarte. Las notas musicales no son mas que sonidos sin principio ni fin que te insultan al recordarte que no importa que tanta belleza haya en el universo, tu capacidad por intentar ser feliz se ha quedado atrapado en tu infierno personal. La gente ya no es gente, si no pedazos del gran pedazo de planeta en el que inconscientemente habitas. Muerte, vida, es lo mismo. Ambas te tienen aferrado mediante el miedo y te ahogan con desilusiones.
Claro, eso, entre otras cosas, bajo tanto definidas como indefinidas circunstancias.